Piezas de un mismo rompecabezas
Introducción:
— ¡Oopss! 17 años, estás muy joven necesito a alguien de más de 20. –dijo el dependiente de la tienda.
Y ahí estaba yo en otro intento fallido de trabajo, mi madre y mi hermano insistían para que no lo hiciera, pero ¡vamos! Ellos dos no podían hacer mucho y yo simplemente les quiero ayudar, pero en este país, menores de 18 no pueden trabajar. Así que resignación.
—¿Qué te dijeron? –preguntó mi amiga Fernanda, mi fiel amiga, la que siempre me acompaña.
—Ya sabes, menor de edad, no puedes trabajar, ¡Puff! Mira que me estoy hartando de todo esto.
—Yo pienso que deberías de hacer lo que Bill te dice. –la miré extrañada, Bill, siempre tenía que decidir por mí, eso me molestaba mucho, desde hacía un mes que llegamos a ese pueblucho de mala muerte y no me dejaba hacer mucho.
Todo empezó el día que papá murió, nos dejó con deudas y por ende ya no podíamos vivir en la enorme casa en que vivíamos, ya los lujos y detallitos de niña rica no me los podían dar, vale que soy una chica madura y todo eso no me afectó, bueno si me afectó, no voy a la escuela, no hay ni para eso.
Mi hermano Bill trabaja, él nunca lo ha hecho, pero todo sea por mamá ella ya está vieja y cansada por lo menos eso es lo que ella nos dice, entonces decidí ayudarles, pero ya no sé cómo.
—Allá están los pesaditos esos. –dijo Fer, viendo al otro lado de la calle.
—Vagos diría yo, solo pasan jugando, no tienen nada que hacer. –le contesté, mirándolos, ahí estaba Tom, con sus pantalones 70 tallas más, ¡oops! Sí, exageré un poco, son como dos o tres, pero bien, ese día andaba apetecible, sin camisa podía ver su perfecto cuerpo sus abdominales bien trabajados, andaba sudado cada gota le bajaba por su pecho deslizándose con parsimonia haciéndome babear, sus largas y rubias rastas sueltas, llevaba un pañuelo sobre ellas, se veía tan sexi, era todo un dios para mí. Desde la primera vez que lo vi, sentí que me enamoré, pero él no es más que uno de los ladrones y matones del lugar, nadie se le acerca solo sus amiguitos.
¡Puff! ¿Qué había sido eso? Estaba tan ensimismada viendo a Tom que la pelota cayó en mi cabeza, y caí sentada en medio de la calle, con la mirada de todos los presentes puesta en mí.
—¿Estás bien, Nirvana? –preguntó mi amiga, yo solo moví mi cabeza, todos los tipos vagos esos se estaban riendo, menos Tom, que me miraba fijamente casi sin pestañear, eso me dio terror y me levanté rápidamente, agarré de la mano a Fernanda y nos largamos de Ahí. Qué torpe había sido, que vergüenza solo a mí me pasan estas cosas.
—Cálmate Nir, no te pongas así.
—¿Cómo así? –será que me había leído la mente ésta condenada, solo espero que no. —Estoy bien, solo me duele la cabeza, después de ese pelotazo fue de menos.
Fer me miró extrañada, sospechaba que me gustaba uno de los “vagos” pero no sabía cuál.
Llegamos a casa, mamá no estaba, aún andaba trabajando, Bill tampoco y supe que andaba en lo mismo, desde la ventana podía ver la cancha de fútbol y claro está que a Tom también.