El sur también existe
Ha pasado, pasa y pasará, que el tanto por ciento más elevado de las miradas en el mundo de la música se las lleva el cantante, seguido con bastante margen por el guitarrista. Los baterías suelen ser esos tipos que caen bien, chistosos, con caracter y cierta contundencia que sin levantar mucho revuelo y a base de modestia, se ganan el cariño del respetable. Son héroes invisibles que marcan el paso a la banda y que suelen ser grandes observadores, no en vano, cuando trabajan tienen una posición de privilegio y nadie como ellos sabe cómo ha sido el concierto y qué tal ha reaccionado el grupo en uno u otro momento.
Gustav Schäfer dista de ser la “alegría de la fiesta” pero no por ello deja de ser más o menos locuaz. Su presencia en las entrevistas suele ser meramente física y cuando el presentador de turno, por cortesía, se dirige a él con una pregunta, el rubio nacido en Halle es el primer sorprendido. Su papel de actor secundario lo tiene bien asumido, al punto de encontrarse como pez en el agua manteniendo la compostura mientras los apellidados Kaulitz llenan los platós con risas e historias mil veces repetidas. Él mismo opta por definirse como el tímido del grupo en un intento de quitarse presión y poder contemplar las monerías de sus compañeros.
El estatus de estrella ni le ha marcado ni ha controlado sus hábitos de vida. Sin duda es el primero en acostarse y el primero en levantarse. El glamour y las estridencias le son totalmente ajenas y no tiene la mínima intención de dejarse seducir por la banalidad que tanta mella hace en las cabezas de muchos veinteañeros que de la noche a la mañana se ven en la cima del mundo.Desde el 2001 es el dueño de las baquetas de Tokio Hotel y quiera o no, tiene que seguir en el escenario el culo de Bill en cada actuación
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